La guerra, los imbéciles, y la carta que los retrata

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El 2 de abril de 1982, impulsados por una dictadura sangrienta y vehemente, miles de soldados argentinos recuperaron momentáneamente las Islas Malvinas, en lo que sería el inicio de una guerra que le costó la vida a 649 de ellos (sin contar los suicidios post guerra). 28 años después, esta carta de una madre de uno de ellos que quiero rescatar y difundir, retrata cómo fueron llevados esos adolescentes a la guerra, y lo que es peor, cómo fueron torturados por sus propios superiores y olvidados por gran parte de los argentinos. Una carta que desgrana la guerra, que desangra, hasta arrancar lágrimas a puras verdades.

La tristeza de un héroe de Malvinas (*)

Señor director:

El 6 de marzo por radio Mitre, escuché a un hombre, con todas las letras, hablar de un accidente de un ex combatiente de Malvinas.

Soy madre de uno de ellos, por eso paso a relatarle lo siguiente:
Mi hijo menor con 17 años recién cumplidos y a un año de haber ingresado como aspirante de la Armada Argentina en Bahía Blanca (era su deseo para luego formar parte de la tripulación de la Fragata Libertad) debió acatar la orden de subir al barco Bahía Buen Suceso para llevar provisiones a los soldados que ya estaban en las islas.

Cuando llegaron, fueron bloqueados y preparados para la lucha en caso de ser necesario. Era un niño que recién estaba conociendo lo que era un barco. Desde ese lugar les permitieron avisar a sus familias dónde se encontraban, lógicamente caí desmayada.

El 17 de mayo, Día de la Armada Argentina, desde canales extranjeros relataron que dicho barco había sido bombardeado. Ese día, yo cumplía 50 años, llorando fui a donde me podían dar información. Me contestaron fríamente que “sería la primera en saber si mi hijo estaba muerto”. Trate de imaginar mi desesperación. Días después, siempre desde el exterior, escuché que todos habían sido bajados a tierra.

A casi 28 años de lo sucedido, con 45 años de mi hijo y mis años, no hemos podido procesar aún el recuerdo de tanto sufrimiento. Él no puede contarme todo y cómo sucedió, porque supo que en esos meses yo no vivía… Me arrastraba por la vida.

Sé que pasaron mucho hambre y frío, además del maltrato de los superiores. Uno de ellos lo castigó enviándolo a la intemperie. Para evitar el congelamiento movía los pies, esa misma persona envió a alguien que le estaqueara las piernas para que no hiciera ningún movimiento, sabiendo que tenían una ropa “inadecuada para esos lugares”.

En los últimos combates, los hicieron encolumnar y en esas circunstancias cayó una bomba y mató a su gran amigo de Entre Ríos, que tenía su misma edad.

A la rendición fue puesto prisionero en el buque inglés Camberra. Por día recibía un pan, un huevo y un vaso de agua.

Por todo ello y lo que no me ha contado, a pesar de la contención de su esposa y sus dos hijos adolescentes, trato de comprender sus silencios y sus tristezas.

Leyendo Diálogos sobre la vida y la muerte, en el que Liliana Heker dice: “…los difíciles duelos vividos por las familias de los soldados muertos y los duelos de los sobrevivientes de Malvinas, ante las muertes de que han sido testigos…”, llego a la conclusión de que duele el corazón de ver las consecuencias que socialmente continúan repercutiendo en los que vivieron la guerra, porque los argentinos no hemos dimensionado aún lo que fue ese conflicto, como si nunca hubiera sucedido, siempre la misma indiferencia y la falta de memoria.

En otros países gozan de pleno reconocimiento, que bien se lo merecen.

Tengo en mis manos lo que me ha regalado: dos medallas que dicen: “Mención de Honor” y “La Nación a sus héroes” con su nombre y apellido.

No puedo ni debo ampliar más todo lo que vivimos, porque ahora me duele más el corazón: estamos golpeando muchas puertas y no se abren, presentando su curriculum vitae en todo Buenos Aires (lugar donde reside) y dejando constancia de que es veterano de la guerra… sin resultado.

Hasta diciembre de 2008 trabajó en la Banca Nazionale del Laboro como agente de Negocios y ante las presiones y las posibilidades que le ofrecieron los ex combatientes del grupo al que pertenece, accedió al retiro voluntario ofrecido.

Considerando su experiencia y capacidad le ofrecieron trabajar en el área de ellos en PAMI. Esa perspectiva lo hizo sentir mejor y se sintió feliz y desde entonces colabora ad honorem en esa institución (le gusta ayudar a los que más necesitan después de tan dolorosa experiencia). Además ha estado trabajando en cuanto lugar le ofrecen, últimamente ha sido portero de una escuela.

Al director de PAMI, doctor Luciano Alfredo Di Césare, recibido en la UNCuyo de donde soy jubilada con 42 años de servicio ininterrumpido como jefa de personal de la facultad de Filosofía y Letras, me gustaría que tome conocimiento para que considere la designación de mi hijo y que nuevamente tenga un trabajo digno, con posibilidades de comprar su casa propia, ya que con lo que percibe de pensión paga sólo el alquiler y yo, con 77 años colaboro con mi jubilación para que subsistan, pero ¿hasta cuándo los argentinos estaremos ciegos y sordos para quienes quieren trabajo y no dádivas?
Sólo tengo palabras de agradecimiento para quien pueda otorgar una alegría a esta familia: un trabajo para Guillermo Raúl Torres, guillote1965@hotmail.com rogando que el paso del tiempo y las demoras en poder alcanzar una estabilidad, no lo lleven a una gran depresión.

Agradeciendo la deferencia de haber leído la presente, le saludo con mi mayor respeto y admiración

Edilia Sánchez Novero

* Esta carta fue publicada en la sección opiniones por Diario Uno de Mendoza.