Ni bien entro al predio, detrás de un alambrado los perros ladran sin parar, ella sale y con el mismo palo que le sirve para ayudarse a caminar golpea la pared de su pequeña casa. La manada se calla obedeciendo a su dueña, la mujer que hace veinte años viene asistiendo perros abandonados y que hoy ya tiene 200.
Es Carmencita López, tal como se la conoce. Vive en la ciudad de San Rafael (Mendoza, Argentina) en su humilde casita de madera en el predio de la Sociedad Protectora de Animales. Es la mujer de los 200 perros que alimenta gracias a la colaboración de un frigorífico tres veces a la semana.
A sus 70 años, y aunque siempre fue “animalera”, cuenta que tamaño apego por estas vidas que otros arrojaron a la calle, nació un día de 1989 en que ella se acostó para morir y, según cuenta, sus perros y gatos lo evitaron (ver abajo).
Algunas escaramuzas y el ver semejante cantidad de canes juntos, hacen que le pregunte, como para romper el hielo, si se pelean mucho entre ellos: “No tanto como las personas”, responde sonriente.
“Desde muy chiquitita he sido muy animalera, amo todo lo que es la naturaleza, yo digo siempre que hay que amar a todos los animales, me duele que destrocen una planta, que ataquen a los pájaros como andan los chicos ahora con rifle y para colmo con el padre enseñándole”, dice sobre sí misma y su amor por sus “niños”, tal como los llama a veces.
La constante y, cada vez más común, actitud de la gente de abandonar sus mascotas, hace que Carmencita piense que “el ser humano está cada vez más malo y más dañino sólo le interesa su bien propio, en cambio los animales son más fieles, si vos les pegás porque se han portado mal o los retás, al ratito vienen y te están haciendo cariño y lamiendo las manos”.
Darle de comer a tantos perros no es sencillo y en esa tarea tiene la suerte de recibir la colaboración semanal de una empresa. Aunque las necesidades parecen agolparse tras el endeble alambrado, ella sólo pide como urgente un refugio para protegerlos de las tormentas.
“El alimento me lo están trayendo nuevamente por la colaboración del Frigorífico San Rafael. Es tres veces por semana y los fines de semana se les da alimento; el chico que lo trae lo tira por arriba de la tela y ellos se sirven, yo les doy a los cachorros y a los gatos, que los tengo adentro”.
La falta de espacio y recursos hace que se dificulte recibir más perros. “Cuando me traen alguno me pone muy mal porque la gente no tiene conciencia, ahora dejan muchos cachorros, todos los días se encuentran cachorros abandonados; en este momento tengo orden de no recibir más, me duele en el alma cuando me traen cachorros porque la mayoría de las veces no tienen ni un mes, ahí todavía se pueden salvar, pero ¿cuándo los tiran recién nacidos y metidos en una bolsa? La gente no piensa que son vidas, que merecen ser respetadas como la nuestra”, afirmó.
Al verla caminar con sus años a cuesta por el medio de la manada, la pregunta es inevitable. ¿Y cuando ella ya no esté? “No sé… se tendrá que hacer cargo la Sociedad Protectora y preparar una persona, no todo el mundo quiere estar acá”.
Créase o no, una historia de amor
Aunque siempre tuvo animales, su apego a cobijar los que los demás abandonaban tiene fecha y una historia, que más allá de las creencias de cada uno, hablan del amor que une a Carmencita López con ellos.
“En el año 1989 yo estaba muy mal de salud, económicamente y, psicológicamente, me cerraban las puertas en todos lados y un día yo estaba dejándome morir, en ese entonces tenía 4 ó 5 gatos y 3 ó 4 perros que casi a las 24 horas me hicieron reaccionar. Ahí fue que me aferré más a los animales, sin tener trabajo ni para comer pero a ellos no les faltaba para comer; llegué a tener entre perros y gatos 76 animales”, contó.
“Yo sentí –añade al consultársele cómo la salvaron- de pronto que estaba entre nubes y empecé a sentir ladridos y aullidos muy lejanos, me tiraban del pelo, me mordían la mano, me lamían la cara y los sentía cada vez más cerca hasta que reaccioné.¡Si hubieran visto la algarabía cuando me senté en la cama y vieron que estaba viva!”, narró con emoción.
La entrevista termina pero ella no se calla. Habla de algunos problemas y también pide si le puedo llevar un ejemplar del diario con su nota, porque nunca se ha podido ver cuando le han hecho alguna. Cuando me voy los perros ya no ladran y a lo lejos la veo separando con el palo a dos perros que se pelean. Hoy la nota salió y estoy pensando si en estos días puedo acercarle un ejemplar del diario.