«El pésimo ejemplo del Supremo español atañe a todos los jueces del mundo»

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No se trata de saber si Garzón es de izquierda o de derecha, si coincido o no con lo que hizo, si el personaje me cae bien, ni nada por el estilo. Todas esas son consideraciones políticas opinables.
Si bien es deber de todo juez interrumpir la comisión de un delito continuado y ningún defensor puede ampararse en su condición para convertirse en una cómplice, casi todo en derecho es discutible y tampoco es esta la cuestión decisiva.
El problema y el pésimo ejemplo que dio el Supremo español es institucional y nos atañe a todos los jueces del mundo que actuamos en el marco de estados de derecho democráticos.
Si según el Supremo la medida de Garzón era incorrecta, debió revocarla. Si el Supremo considera que la ley de amnistía prevalece y no deben abrirse las fosas, debió revocar las decisiones de Garzón.
Pero lo que el Supremo no debió hacer jamás –y allí finca la aberración- es imponerle una pena, porque eso es una violación flagrante a la independencia interna de los jueces.
Ningún Supremo puede ejercer una dictadura sobre los jueces de las otras instancias, que son tan jueces como ellos.
Eso es corporativismo, modelo judicial bonapartista, importa considerar a los otros jueces como sus empleados de menor jerarquía, sus amanuenses, a los que debe disciplinar cuando interpretan el derecho en forma que no les gusta.
Este es el pésimo ejemplo para todos los jueces del mundo y para todas las personas que defienden el estado democrático de derecho.

E. Raúl Zaffaroni, ministro de la Suprema  Corte de Argentina.

*Extraído de su Facebook.

Cuba y el celular

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Mientras en Argentina en 2011 se vendieron 13.5 millones de celulares en el mercado, en Cub, donde en el 2008 Raúl Castro autorizó el uso de estos aparatos, 1.200.000 personas han contratado el servicio de Cubacel.

Como dice Yoani Sánchez, «si en marzo de 2008 Raúl Castro hubiera imaginado el papel que jugaría la telefonía móvil en la incipiente sociedad civil cubana, probablemente nunca hubiera liberado su uso. Antes de esa fecha, los cubanos debían buscar a un extranjero que formalizara el contrato de celular y después les permitiera usar el servicio. La deseada tarjeta SIM sólo podía ser adquirida por los mismos que disfrutaban de las habitaciones de los hoteles y los autos rentados, en fin, por gente que no había nacido en esta Isla. Afortunadamente, ese apartheid  ya terminó hace casi cuatro años y hasta la fecha más de un 1,2 millones de usuarios han contratado los servicios prepago de Cubacel. Tal cifra no debería siquiera alegrarnos, pues todavía estamos muy por detrás de el resto de las naciones latinoamericanas. No obstante las limitaciones que trae su alto costo, la baja cobertura en muchas zonas del país y la suspensión temporal del servicio a usuarios incómodos, la telefonía celular ha terminado por cambiarnos la vida».