Militantes católicos apedrearon una marcha de orgullo gay

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San Rafael, al oeste de Argentina consta de 180.000 habitanres.  De la mano del turismo, su esencia de pueblo se tergiversó con ínfulas de gran ciudad. De hecho es la segunda más importante de Mendoza. El viernes pasado apenas un centenar de gays locales (de los miles que hay) se animaron, por primera vez en la historia de la ciudad, a hacer una marcha por el orgullo. ¿Cómo reaccionaron los católicos? Arrojando piedras al paso de la marcha. Así se vivió este pequeño pero gran hecho histórico en un lugar que alberga, ni más ni menos, que al Instituto del Verbo Encarnado.

La marcha se empezó a organizar hace más de un mes de la mano de un grupo de gays quienes, llamativamente, al inicio de sus declaraciones, en vez de llamar a la participación de la mayor cantidad de personas posible (como es lógico) speñaron en hacer aclaraciones para no molestar a nadie.

«No queremos faltarle el respeto a a nadie sino simplemente tener la oportunidad de expresarnos en paz y en libertad. Ya hemos obtenido todos los permisos de parte del Municipio», señalaron.

La marcha, en prinicipio, iba a pasar por la calle  donde está ubicada la Catedral de San Rafael (y también la plaza principal y la Municipalidad, vaya afrenta). Siguiendo en la misma línea de tratar de no ofender a ciertas mentes que viven predicando la paz y la misericordia, corrieron el paso de la marcha para no pasar por allí. Desde la iglesia local se había hecho un llamado a «defender» la catedral. tenían miedo que los «enfermos», porque así consideran al gay, le dañaran la iglesia.

Sin embargo, esos «enfermos» pasaron a más de 100 metros de distancia, pero en esa esquina había otros enfermos. Eran parte de los militantes locales, quienes tiraron piedras al paso de la marcha e incluso lesionaron a un fotógrafo en dicha agresión.

El mismo agredido lo narró así: «Lo desagradable se produjo cuando la marcha llegó a la esquina de calles San Martin y Belgrano, ahí, un grupo de entre veinte y treinta chicos, la mayoría jóvenes acompañados por algunos ya mayores, comenzaron a agredir con insultos peyorativos y gestos obscenos a los manifestantes de la Marcha, el nivel de violencia era casi palpable, y vaya que lo fue, de golpe, mientras les tomaba fotografías, me impacta una piedra en el pecho. Mi reacción solo fue tratar de entender lo que estaba sucediendo, tomé la piedra y se la di a una policía que estaba a unos metros. La adrenalina me llevó a devolverles las piedras con mas fotografías, vi la ira en los ojos de un muchacho de gran barba de unos treinta años que me insultaba con su mandíbula apretada, su nivel de intolerancia hacia lo que acontecía en la marcha lo ponía violento, cuando me acerqué a otro señor que dirigía a los más jóvenes para preguntarle a quien representaban o que pretendían con este comportamiento desagradable y violento, respondió con insultos que no les tomara mas fotos, “somos de acá, somos católicos, rajá de acá, no ves que se van a poner peor!”.

Por suerte la intolerancia de ese grupo de fanáticos violentos no pasó a mayores, por graci, tal vez, de la policía o del dios que dicen adorar y representar.

Cuando desde el diario en el que trabajo anunciamos la marcha, los comentarios intolerantes hicieron recordar la clase de mentes que habitan algunos atrios locales. Nada diferente puede surgir de un lugar que alberga a gente como el padre Pato y al Verbo Encarnado.

Qué es el Verbo Encarnado

El Verbo Encarnado fue creado por el padre Miguel Buela. Así lo cuenta el especialista en sectas Alfredo Silleta: «Se instaló en San Rafael, Mendoza, protegido en aquel entonces por el obispo conservador León Kruk. Al principio se integraron al seminario de la diócesis, pero tenían claro que solamente creando su propio instituto podría volver a dar misa en latín, usar sotanas negras y negar, en la intimidad del grupo, los preceptos del Concilio Vaticano II.

En marzo de 1984 comenzó a funcionar el Instituto del Verbo Encarnado que se dividió en tres ramas: un instituto clerical para la preparación de nuevos sacerdotes con vida apostólica y contemplativa; un instituto femenino, ‘Servidores del Señor y de la Virgen de Matará’ con vida apostólica y contemplativa; y una tercera orden secular o rama laical que incorporaba a laicos consagrados bajo voto.

Las técnicas de captación y manipulación que implementó el padre Buela en El Verbo Encarnado le permitió incorporar rápidamente a muchos jóvenes de todo el país. Los adeptos, al cumplir la mayoría de edad, se iban a vivir a la comunidad de San Rafael. Muchos rompían sus vínculos familiares y de amistad y se entregaban a las órdenes de Buela. En pocos años el grupo creció y se expandió por todas las diócesis, especialmente aquellas que tenían sacerdotes conservadores.

El grupo, a finales de los años ochenta comenzó a tener problemas con la jerarquía católica, e incluso se enfrentaron al mismo obispo Kruk que los había acogido. Las familias católicas, que perdían a sus hijos en manos del padre Buela presionaban a los obispos y sacerdotes para que intercedieran, pero El Verbo Encarnado era inflexible en soltar a cada joven que manipulaba.

Por otro parte, la Jerarquía estaba preocupada porque el seminario del padre Buela era visitado continuamente por golpistas y carapintadas. Eran comunes las visitas de Mohamed Alí Seineldín, de Ricardo Curutchet, director de la fascista revista Cabildo, y de militares vinculados al Proceso.

El Instituto continuaba su crecimiento y su proyecto traspasaba las fronteras del país. Primero fue Perú, luego Estados Unidos y finalmente Roma. El padre Buela siempre relataba a sus seguidores: “Aprendamos del Opus Dei que se instaló en los años ’50 en Roma, cerca del Vaticano y logró todo lo que quiso al vincularse a los que cortan el bacalao”. Hoy están en varios países y en 31 diócesis del mundo.

La Iglesia argentina, preocupada por el cariz que tomaba el grupo y por la indisciplina de Buela, comenzó a criticarlos, ya no sólo en secreto sino también públicamente. La Jerarquía católica planteó su preocupación por el ‘reclutamiento’, no solo en San Rafael, sino en otras diócesis del país “sin la necesaria prudencia para acompañar los procesos y el debido respeto por la libertad de los candidatos” para ser seminaristas.

El padre Buela es un psicópata que le encanta manipular a sus adeptos. Cree que tiene línea directa con Dios y no acepta ninguna orden jerárquica. Su palabra es santa. Tiene delirios de persecución, está convencido de que quienes lo critican integran un complot contra él. Entre los mitos que ha hecho circular cuenta que con la ayuda de Dios eliminó de su camino a dos obispos que se le opusieron: la muerte de Kruk en un accidente automovilístico y el cáncer de su sucesor en el obispado de San Rafael, monseñor Jesús Roldán son tremendos como ejemplos.

Buela es un megalómano. Miente continuamente y obliga a mentir a sus discípulos.

Daré un ejemplo que me tocó en mi actividad profesional. El padre Buela, después de haberlo criticado públicamente en una serie de artículos, me amenazó por carta con la siguiente frase: “Mejor le fuera que le atasen al cuello una rueda de molino y le arrojasen al mar…” (Lc 17,2). Tenga piedad de su alma”.

Ya lo dijo el filósofo Amos Bronson Alcott hace mucho: “La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia».

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